El rey que no quería ser feliz

[Bacetti, lector invitado.-] Erase una vez hace no mucho tiempo, en un lugar no muy lejano, un castillo, un rey, un pueblo, una corte, caballeros y todos los lugares comunes que inundan las historias medievales. Lo curioso del caso, es que el monarca de este relato llegó al poder con los votos que el pueblo le entregó, con el fin de modificar un presente oscuro y tenebroso. Había pasado el peor reinado que les pudo tocado en suerte. A ellos, que alguna vez supieron ser prósperos, felices y alegres.

Si bien había proyectos a largo plazo que resultaban interesantes, el pueblo seguía sufriendo hambre, pestes y catástrofes. La paciencia se agotaba: sabían que así como estaban iban en franco descenso. Uno de los encargados de modificar la situación, era el Caballero Negro, el que regía los destinos de los demás caballeros en las batallas. En una Era anterior, este luchador había sido fiel defensor de la corona, hasta que poco a poco cedió poder y se puso al servicio del soberano. Encima, últimamente, su ejército era el hazmerreir del resto de los reinados, y con una gran responsabilidad suya. Los que alguna vez habían sido envidiados y hasta admirados por sus proezas en combate, eran ahora un rejunte de entes.

Ante tamaña situación, y en la clandestinidad, algunos revoltosos empapelaron las calles con la figura del Caballero Rojiblanco. Las imágenes lo mostraban sobre su brioso corcel parado solamente con las patas traseras, enarbolando la espada en la mano derecha, y revoleando el saco en la izquierda. Siempre con su pícara sonrisa, la que aparecía en las comisuras de los labios. Este personaje era el héroe exiliado, quien debió marcharse del reino, a pesar de sus batallas heroicas, enfrentado con el monarca anterior. Como muchas personalidades influyentes, fue muy discutido en su propia contemporaneidad, pero el tiempo se encargo de maximizar el brillo de sus triunfos: los que consiguió en su reino natal, pero también en el extranjero. Los niños de la aldea, los más pequeñitos, que apenas articulaban las primeras palabras, lo llamaban “Riojano”, ante la dificultad de pronunciar correctamente su color característico.

Mientras tanto, el rey y la corte le daban la espalda a él y a los deseos del sufriente, pero fiel, pueblo. El líder, que no descendía de Dios, no quería ninguna figura por encima de la suya. Por eso ignoraba a quien podía ser su salvador, a la vez que sostenía al Negro (valga la reduncancia, en una situación insostenible). Realmente estaba ante la oportunidad única, pero su ego se lo impedía. ¿Qué podía perder? Si devolvía al héroe del exilio, quedaría en la historia por haber logrado el retorno del más importante hijo de la casa, y por la posibilidad de volver a recorrer la senda de la prosperidad mientras el resto de sus planes se desarrollan. ¿Si la solución no era el Riojano? El rey no habría atentado contra el sentido común y la historia, además de que no habría ninguna figura por encima de la suya.

¿El final de la historia? Quedará para más adelante. Pero si el rey no define pronto, al reino no lo salvará ni el Mago Merlín.

Escrito por San_Felipe en jueves, abril 08, 2010. Etiquetas , , . Puedes seguir cualquier respuesta a esta entrada mediante el RSS 2.0. Puedes dejar una respuesta o trackback a esta entrada

1 comentarios for "El rey que no quería ser feliz"

  1. Wow! Aplaudo esta entrada.

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